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Enlaces: Etnias en Colombia (recomendado) |
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Espa�ol + india =
mestizo
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Una reflexi�n sobre el
mestizaje y la Ensayo de Guillermo
P�ramo Rocha La historia de los Andes es la historia del
viento. Somos todos huairapamushcas, hijos del viento. Cuando una mujer
quechua se quedaba embarazada y nac�a un ni�o m�s claro que la canela,
dec�an los ind�genas que era hijo de ese ser caprichoso y llevaba en su
sangre los vicios de su estirpe. Los que llegaron de las Espa�as a esta
Am�rica andina, eran a su vez, hijos del viento". Con estas frases
se introduc�a un art�culo sobre los
Andes publicado hace poco por la National Geographic. Su autor, Pablo
Corral Vega, rebuscando en sus or�genes amerindios, puso en ellas una
met�fora que por s�glos han usado los hombres de estas enormes
monta�as. Yo la hab�a escuchado de Lorenzo Muelas cuando, hace algunos
a�os, comparaba en una entrevista televisada el sent�do que ten�a la
tierra para su gente con el que le daban los mestizos y los blancos. La
tierra -dec�a �l- es para los ind�genas como la madre; la madre propia
que da el ser, la vida, el abrigo, el alimento. A la madre no se la
maltrata ni se la vende ni se la deja ni se la abandona. Por el contrario,
los colonos, mestizos o blancos, ven a la tierra como algo ajeno y
distante: llegan y queman los montes, contaminan su sangre que es el agua,
hacen lo que llaman "mejoras", venden sus parcelas y se van; se
van a buscar nuevas parcelas para
venderlas despu�s. Por eso -comentaba Muelas- los ind�genas llamamos a
los blancos y mestizos "hijos del viento". "Hijos del
viento", huairapamushcas, los que no se quedan, los desarraigados,
los que s�lo se detienen por un rato pa ra volver a marchar. Muchos pueblos del pasado tuvieron una
historia de viajeros: los egipcios unieron el Bajo con el Alto
Nilo; los japoneses ocupa ron de Okinawa a Hokaido y, de isla en isla,
fueron hasta Sahalin y las Aleutianas; los navegantes melan�sicos y
micron�sicos exploraron el Pac�fico entero navegando de atol�n en
atol�n; los chi nos se regaron por el Asia central; los mongoles cruzaron
los Urales e invadieron Europa; los indios, los khmer, los hawaianos, los
griegos, los cartagineses, los persas, los hititas, los fenicios, los .
g�rmanos, los �rabes, fueron expedicionarios y conquistadores, terror y
asombro de poblaciones que quedaban muy, muy lejos. Los vikingos, al
parecer, tocaron Am�rica del Norte mucho antes que Col�n, y podemos
decir que los antiguos romanos y los antiguos hebreos, o su legado, a�n
siguen pasando los mares y venciendo las barreras orogr�ficas. Esos
pueblos hicieron caminos, fortalezas y embarcaciones; representaron en sus
mapas los confines del mundo; escribieron las cr�nicas de sus
exploraciones y con ellas, y con su poes�a, dejaron a las culturas que
les sucedieron en la historia el motivo del viaje como una met�fora
universal de la vida y de muerte, del aqu� y del m�s all�: la Odisea,
la Eneida, el �xodo, el Ramayana, que sirvieron luego de fuentes a los
romances de la b�squeda del Grial, La Divina Comedia y el Quijote. En Am�rica, adem�s de los caminantes del
es trecho de Behring y de los cazadores y recolecores africanos o
malayo-polin�sicos que llegaron hasta aqu�; adem�s de los esquimales,
los al gonkinos, los nukak, los patagones; adem�s de los caribes y
arawak, que encontraron los marinos de Col�n navegando mar adentro,
fueron tambi�n viajeros quienes construyeron los grandes imperios: en el
C�dice Boturini o la Tira de la peregrinaci�n (Tepic, Nay.: Gobierno del
Estado de Nayarit, 1990) hileras de min�sculos pies descalzos muestran el
recorrido de los antiguos aztecas desde las tierras de Aztl�n. Como
huellas dejadas en el tiempo, esas marcas, pintadas con tintas oscuras
sobre un largo papel, vadean r�os, remontan cordilleras, se sumergen en
pantanos, se aglomeran en los lugares de enfrenta miento, de ritual o de
descanso. Pasan por Tzompanco, donde est� el muro de cr�neos; por
X�ltocan o el lugar de las ara�as de arena; por Amalinalpan,
el de las hierbas acu�ticas; por Teclatan, el de la piedra de los
sacrificios. Un mon te con cabeza de serpiente cascabel representa en su
ruta a Coatitlan, otro, coronado por un chapulin --o saltamontes- se�ala
Chapolt�pec. En el C�dice Ram�rex, y en otros, la peregrinaci�n azteca
contin�a hasta que llega al prometido Tenochtitlan en la laguna de
M�xico. Los mayas fueron viajeros y tambi�n los de
Tiawanacu. Los muiscas de nuestras mesetas cundiboyacenses recorrieron una
extensa zona que a�n se reconoce por la toponimia. En el Vaup�s, las
etnias tucano cuentan que sus ancestros resultaron del cuerpo de una
anaconda que, en los tiempos antiguos, ascendi� por el r�o m�s
importante del universo desde la Puerta de las Aguas hasta el centro del
mundo, donde se rompi� en pedazos. De las partes, cabeza o lengua,
segmentos del tronco, cola de esa serpiente, nacieron los sibs, clanes o
fratr�as en que est� dividida ritual y territorialmente su sociedad. En
otras versiones de ese mito, en vez de la anaconda, aparece el viaje de
una canoa llena de ancestros o una procesi�n ancestral. En fin, los propios incas o ingas, aquellos
aludidos por Pablo Corral, pon�an en sus or�genes, una expedici�n. En
los mitos, leyendas y cuen tos de los quechuas de Jes�s Lara, se lee
entre otros pasajes el siguiente. Estos ocho hermanos llamados ingas dijeron:
"Pues somos nacidos fuertes y sabios y con las gentes que aqu�
juntaremos seremos poderosos, salgamos
de este asiento y vayamos a buscar tierras f�rtiles, y donde las
hall�remos sujetemos las gentes que all� hubiera, y tom�mosles las
tierras, y hagamos guerra a todos los que no nos re cibieren por
se�ores". Muchos pueblos del pasado fueron
exploradores, ,.invasores, navegantes y viajeros. Pero, hay entre ellos
alguna cultura con el desarraigo de la nuestra, la cultura occidental? El
pueblo de Israel march� a la tierra prometida para asentarse all�; los
aztecas anduvieron hasta donde el �guila sobre el nopal les indic�
d�nde establecer su ciudad; los vikingos llegaron a Rusia, a Italia, a
Terranova o al Labrador pero, como los marinos cartagineses, esquimales o
trobriandeses, animados por la esperanza de regresar a sus caba�as a
descansar. Los tucano han vivido en el centro del mundo y all� est�n;
como los griegos, que viv�an en torno de Delfos y como los incas que
habitaban en torno del Cusco, del ombligo del cosmos; otra met�fora de la
tierra, que como la de Lorenzo Muelas, es maternal. Es cierto que los
v�ndalos, los germanos, los mongoles, los indios, los chinos, los �rabes
se dispersaron por el planeta; que lo mismo pas� con los romanos, y sobre
todo, con los jud�os de la di�spora; sin embargo, parece haber un
dictado profundo en nuestra cultura que nos hace romper toda fron tera e
ir mucho m�s all�. No admitimos las fronteras; en nuestra
l�gica cultural, la frontera es repugnante: toda frontera es para ser
corrida, toda barrera es para ser
saltada. Eso contrasta a�n con las actitudes de los romanos y los
�rabes. Cuando las tropas espa�olas luchaban en el norte de �frica para
mantener su poder colonial, el caudillo rebelde del Sahara se dirig�a al
comandante del ej�rcito enemigo dici�ndole: "T� eres el viento, yo
soy el mar. Los dos nos levantamos enfurecidos y tempestuosos, pero yo,
como el mar, tengo una orilla; t�, como el viento, no puedes parar".
Huairapamushcas, desarraigados, los occi dentales no podemos parar. En el Vaup�s, los hombres tumban la vegeta
c��n de un pedazo de selva, queman esos despo jos y sobre las cenizas
plantan granos de ma�z, yuca y algunas frutas. Poco despu�s, las mujeres
con sus cestas recogen el ma�z y la yuca mientras la maleza comienza a
crecer. Las frutas se recogen cuando la chagra es otra vez selva, y se ha
abierto un nuevo huerto en otro lugar. La chagra torna a la selva y, en el
tiempo, no hay una frontera entre la tierra cultivada y el paisaje
natural. Un colono tumba la selva, tambi�n quema, tambi�n planta, pero
vuelve a plantar en el mismo lugar, y sobre todo, amplia indefinida mente
su parcela mientras tiene la posibilidad. "Hoy la frontera lleg�
hasta aqu�, luego ma�ana debe estar m�s all�". Y la selva se
extingue; para el colono, la frontera, como el viento, no puede parar.
(...) En nuestra cultura, ese es el caso de la
parcela, pero tambi�n el de la ciudad y el del mundo entero; es el de la
tierra, las cosas y las ideas: a nues tros reba�os trashumantes les es
impos�ble parar. No es dif�cil ad�vinar que en nuestra
cultura, a diferencia de lo que pasaba en otras sociedades de viajeros, un
dictado profundo nos impide parar. La iron�a de que aparezca la noci�n
de huairapamushcas en la National Geographic subraya la sabidur�a de las
met�foras de Loren zo Muelas y del caudillo n�rteafricano que hablaba
del viento y el mar. Esa revista ha llegado a representar el paradigma de
nuestro sue�o -que con frecuencia es pesadilla- de andar y de andar. En
los muchos a�os de su existencia hemos visto en ella que descendemos al
fondo del oc�ano, escalamos las c�spides m�s altas, penetramos las m�s
oscuras junglas y hasta los organismos vivientes, volamos a la Luna, a
Marte, a J�piter. Hemos visto que rompemos todos los records y barreras.
Tambi�n hemos conocido que, por ello, lo que en millones de a�os de
evoluci�n ha hecho la naturaleza, en un segundo se ha extinguido: flores,
aves, peces, mariposas, arrecifes de coral. Que pueblos como los que
acu�aron la idea de huairapamushcas, cultivaron la selva con el respeto
de los tucano y preservaron su riqueza con sabidur�a y arte y poes�a,
como la de las met�foras del mar y del viento, tambi�n se han acabado,
muchas veces sin dejar huella de lo que fueron, hicieron y conocieron
durante siglos. Somos hijos del viento con capacidad de volver todo
viento; no somos el mar. Hace mucho que vivieron Homero, Estrab�n,
Plinio el Viejo y Plinio el Joven; as� tambi�n Meg�stenes, Tes�as de
Kn�do, los cronistas de los viajes de Alejandro y de sus encuentros con
blemias y cinoc�falos y de su vuelo hasta el cielo en una cesta tirada
por buitres o por grifos. Despu�s vinieron otros. San Brandan, San
Agust�n, Cosmas Indicopleustes, San Isidoro, Mandeville, Marco Polo,
Pigafetta... Durante muchos siglos las culturas que han fluido hasta
tributar en la nuestra han tenido la fantas�a de explorar y descubrir la
forma del mundo y de sus seres. No obstante, Alejandro con toda su falange
no alcanz� en poder destructivo lo que consigue un rifle de repetici�n;
un rifle como los que usaba Teodoro Roosevelt, quien admiraba tanto a los
animales que por su �xito en matarlos se hizo h�roe y modelo de m�s de
una generaci�n. Estos fueron los verdaderos cazadores de cabezas -o
trofeos- que no siempre eran animales, pues, en las junglas de Tarz�n, a
los salvajes y a las fieras se las mataba por igual. Todo ello era
deporte, un lujo gratuito e in�til, desenfrenado, sin que se justificara
por alguna necesidad. Era la cultura de la frontera que no respeta
frontera: hoy estamos en Nueva Inglaterra, ma�ana en California, luego en
las Filipinas, en Nuevo M� xico y en Panam�; cazamos bisontes en Colora
do, rinocerontes en Kenia, tigres en la India, caimanes en el Orinoco o en
Magdalena. Despu�s conquistamos el espacio exterior y los sembra mos de
proyect�les, luego ser� la Luna y luego Marte, aunque all� no haya agua
para envenenar. Ese era y todav�a es a veces el signif�cado de
"progreso" y de "civilizaci�n". Pero con esas
banderas se conquistaba y se conquista; en una cultura que no puede
estarse quieta, dominan aquellos que llegan m�s lejos y matan m�s. La
historia de la National Geographic es esa historia, como la de casi todos
los productos excelsos de nuestro reciente pasado intelectual. En un
sentido muy amplio, nuestro mito es el de Ca�n errante. (...) Nuestra ciencia, nuestra econom�a, nuestra
territorialidad, nuestros deportes son los pro ductos de los "hijos
del viento". A veces, a pesar de nuestra agitaci�n, alcanzamos a
notarlo; as� ocurre en muchos art�culos de la National Geographic y en
las poes�as de Antonio Machado. En esos momentos de conc�encia
trascendemos los saberes -que nos son indispensables precisa mente porque
somos como somos, pero cuya naturaleza es la de lo provisional- y
vislumbra mos la sabidur�a. En esos �nstantes, el af�n del viaje, sin
detener el viaje, se supera en la utop�a que fija un rumbo, y la
b�squeda desordenada del r�cord abre paso a la raz�n. En Colombia, en
donde a�n queda para�so terrenal con flores, p�jaros y mariposas, y
donde se escuchan de vez en cuando las voces de quienes han visto desde
hace tiempo pasar el tiempo, algo de utop�a y ra z�n ayudar�a a
entender y a defender el enorme valor de lo que tenemos y a disfrutarlo
sin destruirlo en la primera borrachera de ocasi�n: un pa�s con una de
las m�s grandes megadiversidades biol�gicas, con m�s de sesenta
lenguas vivas, con costas sobre dos mares oc�anos, con alta monta�a y
selva c�lida pluvial, no puede disminuir sus sue�os a los de convertirse
en una en sambladora de televisores, ni puede aceptar que sus bosques y
sus Andes, los gigantescos Andes llenos de formas de vida sean tierra para
el �guila y no para sus c�ndores, que sean arrasados, como los pinares y
las enc�nas del poema de Machado, por los "hijos del viento". Colombia necesita de Raz�n y Utop�a; a la
segunda ya se le tiene en lo esencial. Se ha dicho que Colombia carece de
proyecto, pero su proyecto, su Utop�a, es su Constituci�n. Un proyecto
colosal, contradictorio quiz�s, pero, qu� proyecto verdaderamente
importante no encierra contradicciones? Se necesita, claro, de la utop�a
de la raz�n. Guillermo P�ramo Rocha. Antrop�logo,
profesor investigador de la Universidad Nacional. Pr�logo del libro
Escenarios Posibles de La Educaci�n. Premio Nacional a la
investigaci�n en Ciencias Sociales (El Espectador - Ascun) Tomado de La Revista de El Espectador,
No. 38, 8 de abril de 2001 |
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Un legado hecho historia Por Jos� Fernando Hoyos, periodista de Semana En Colombia, la presencia de los extranjeros siempre ha sido tan deseada como temida Desde la Independencia de Colombia, entre la clase dirigente existi� la idea de que la llegada de los extranjeros era necesaria para estimular el desarrollo del pa�s. Lo demuestra el extenso listado de leyes, normas y decretos expedidos entre 1821 y 1949, que buscaban fomentar que los for�neos vinieran y permanecieran en el territorio. Sin embargo, a diferencia de otros pa�ses, las normas y la falta de incentivos econ�micos impidieron que la fuerza lalaboral, econ�mica e intelectual de los inmigrantes llegara en la cantidad con que lo hizo en otros pa�ses como Argentina, Brasil y M�xico. Colombia qued� pr�cticamente arruinada por la Guerra de Independencia, tard� en cambiar las estructuras econ�micas coloniales, su topograf�a agreste aislaba las regiones, sufr�a de inestabilidad pol�tica y, en especial, ten�a una exceso de mano de obra. En suma, no era un destino atractivo. Desde 1871, los extranjeros que empezaron a llegar en mayor n�mero al pa�s lo hicieron atra�dos por los recursos naturales y no por pol�ticas de Estado. Los que triunfaron, lograron convertirse en personajes que trascendieron la historia. Tambi�n ayudaron a crear esa admiraci�n de los colombianos por los for�neos, basada en la idea de que el desarrollo, el progreso y el cambio tienen que venir del exterior. Sin embargo, la Ley 145 de 1888 comenz� a restringir el ingreso de extranjeros y a establecer causales estrictas para su expulsi�n. Con esta norma, Colombia pas� de tener una pol�tica marcada por el principio de "civilizar es poblar". a buscar una inmigraci�n m�s seleccionada. Para la clase dirigente la raza de los colombianos explicaba el atraso y la pobreza del pa�s. Se requer�a inyectarle sangre nueva. `superior, preferiblemente de poblaci�n europea. Pero al mismo tiempo, los gobiernos conservadores esperaban que esa inmigraci�n no alterara el orden social cat�lico. lo que hizo que los requisitos exigidos a los extranjeros se hicieran m�s estrictos. Y al contrario de la percepci�n general. una vez en el poder en 1930, los liberales siguieron alargando la lista de causales para permitir su expulsi�n. Como consecuencia de todos esos factores, nunca se produjo la ola de europeos con la que tanto so�aron quienes esperaban `mejorar la raza colombiana. Colombia tampoco logr� desarrollar una pol�tica de inmigraci�n que aprovechara las circunstancias geopol�ticas. Por ejemplo, cuando se acab� la Uni�n Sovi�tica, no supo, como otros pa�ses de la regi�n, atraer a una parte importante de los miles de cient�ficos. acad�micos y deportistas que emigraron a Am�rica. Y lo peor es que, incluso hoy, a pesar de que los colombianos hacen gala de una gran hospitalidad y siguen mirando con admiraci�n a los extranjeros, el Estado somete a los inmigrantes a todo tipo de requisitos y obligaciones, sin importar si llevan una semana o 40 a�os en el pa�s. Tomado de la Revista Semana No.1278, 30 de octubre de 2006 |
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El mestizaje se convirti� en una forma de exclusi�n social que a�n perdura. POR CARL HENRIK
LANGEBAEK, Colombia se imagina como un pa�s libre del problema del racismo, v�ctima del desprecio extranjero, pero rara vez culpable de comportamiento discriminatorio. Pero la verdad es que en este pa�s existen efectivos mecanismos de exclusi�n. Para entenderlos, es necesario remontarse a finales del siglo XVI, a la Europa de Col�n. En ese entonces, el mundo se entend�a como creaci�n divina. Cada grupo humano se caracterizaba por virtudes y defectos. La idea de raza era ajena a la Europa premoderna, puesto que el car�cter de la gente era determinado por el medio geogr�fico y los astros. La esclavitud, que hab�a estado en boga en la antig�edad, era en Europa una instituci�n en decadencia, pese a que los musulmanes segu�an activos en la trata de negros, y algunos cristianos comenzaban a aventurarse en el negocio. A partir del siglo XVI, el Nuevo Mundo se convirti� en el continente de confluencia de negros, blancos a ind�genas, los cuales, desde el principio, comenzaron a mezclarse. Despu�s de poco tiempo, sin embargo, las mezclas probar�an ser peligrosas para el dominio espa�ol. El mestizo, hijo de ind�gena y blanco, termin� siendo sin�nimo de peligro social y resum�a los peores defectos de sus ancestros. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, la sociedad cre� mecanismos de exclusi�n social que, aunque negociables (la pureza de sangre se pod�a comprar), aspiraban a que mestizos, gente de color o jud�os no ocuparan cargos importantes. Aun as�, a finales del siglo XVIII, la mayor parte de la poblaci�n era mestiza. En esta �poca el criollo justificaba las diferencias mediante explicaciones cient�ficas que hac�an del negro un individuo libidinoso; del indio, un perezoso; del blanco, un civilizado. Ilustrados europeos,como el Conde Buff�n o Cornelius de Pauw, hab�an acusado al continente americano de ser muy joven y malsano. En respuesta, los criollos atribuyeron las diferencias entre ellos a los contrastes geogr�ficos de la naci�n. Aunque el indio fue utilizado como excusa para la guerra contra las espa�oles, la verdad es que el criollo, incluido Sim�n Bol�var, asum�a la inferioridad del indio. No obstante, desde 1850 y debido a la literatura sobre la supuesta incapacidad de la raza blanca para sobrevivir en el tr�pico, el criollo desarroll� una nueva idea: el mestizaje lograr�a que la fortaleza del indio y del negro se unieran a las cualidades intelectuales del blanco para lograr una raza mestiza, capaz de alcanzar la civilizaci�n. La idea tuvo contradictores. Algunos insistieron en que la raza blanca garantizaba el futuro civilizado. Para otros, el progreso s�lo se alcanzar�a con la con formaci�n de una raza homog�nea. Cuando en la segunda d�cada del siglo XX se inici� la pol�mica sobre la degeneraci�n de la raza colombiana, se concluy� que la estirpe racial nacional no hab�a tenido suficiente tiempo para confundirse en un solo tipo adaptado al tr�pico. De all� la necesidad de mejorar la raza nacional mediante campa�as higienistas, pero tambi�n la pol�tica de evitar la inmigraci�n, desde luego, de razas indeseables pero, as� mismo, de gentes civilizadas que no ayudar�an a formar un tipo adaptado al clima. No es sorprendente que Colombia fuera una de las naciones m�s hostiles a la inmigraci�n. A los inmigrantes japoneses se les acus� de ser una raza "muy inferior f�sica y moralmente". Incluso los inmigrantes alemanes fueron se�alados de atentar contra las buenas costumbres cat�licas. Pocos meses antes de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno imparti� �rdenes de no recibir jud�os. En la primera parte del siglo XX, el pensamiento racializado sobre el pa�s invad�a muchos de los aspectos de la vida nacional. Pensar el problema racial fue sin�nimo de reflexionar sobre el futuro de la patria. Desde el liberalismo, el mestizaje era positivo y serv�a como arma contra el imperialismo. Adem�s de ser una herramienta de muy dudosa validez, de alguna manera reforzaba la exclusi�n interna. Por ejemplo, cuando Jos� Mar�a Vargas Vila, famoso palad�n de la lucha contra el imperialismo norteamericano, atribuy� la facilidad de la penetraci�n capitalista a la "raza aborigen inerte y fatalista". Desde la perspectiva conservadora, la visi�n sobre el mestizaje era pesimista e igual de excluyente. En 1928, Laureano G�mez consider� que los aportes espa�oles a la civilizaci�n no eran gran cosa; que los negros eran "rudimentarios" y que los ind�cenas ten�an el "rencor de la derrota". Adem�s, que las mezclas eran "fisiol�gica y sicol�gicamente inferiores".Y, por �ltimo, que el extranjero era un elemento que atentaba contra la nacionalidad. En ambos extremos se asum�a err�neamente que la gente val�a por su herencia biol�gica. En esa coyuntura, el Estado decide apoyar la antropolog�a, el estudio de las razas y culturas de Colombia. Pero en el curso de los siglos, la ideolog�a del mestizaje en Colombia hab�a pasado de ser rebelde a ser una estrategia m�s de xenofobia y negaci�n de la diversidad. -: Tomado de la Revista Semana No.1278, 30 de octubre de 2006 |